Día tras día, desde hace más de una década, trato en mi consulta a mujeres y hombres con sus problemas, sus sufrimientos, sus conflictos… Miles de horas dedicadas a escuchar, analizar, ayudar y transformar. Y, en muchos casos, aparece un factor común que favorece (cuando no provoca) esos desequilibrios: la dificultad para tomar decisiones. Porque tomar decisiones es, en realidad, un arte que no todo el mundo maneja con la misma destreza.

Hay que tener en cuenta que la mayoría de las personas viven en un estado egóico de su evolución, por lo que es el ego (y no ellas) el que toma las decisiones. Y no lo hace en función de la opción más sana, sino en función de aquello que va a seguir proporcionando el alimento y la supervivencia del dichoso ego. ¿Por qué desde fuera resulta tan sencillo ver cuándo alguien se está equivocando en una decisión? Porque cuando se mira desde afuera se está en metaposición, ya que se contempla la vida de otra persona, no la propia. Pero ¿cuántas veces resulta imposible afrontar una situación que tan fácil parecía resolverse en la vida de otra persona? Una cosa es verlo, otra aconsejarlo y otra vivirlo.
Y es que todas las personas tienen un mecanismo de toma de decisiones que se ha ido creando desde la infancia y que no siempre resulta sano, operativo o mínimamente resolutivo. Hay quien parece que siempre se equivoca y quien siempre sabe qué decisión tomar para que las cosas le vayan bien. ¿Esto se aprende, se nace, se compra…?

La toma de decisiones es un mecanismo interno, inconsciente la mayoría de las veces, que funciona de manera automática y que toma las decisiones segundos, minutos, días o, incluso, años antes de que la persona sea consciente de ello. Quien piense que toma las decisiones libremente es que ignora los múltiples condicionantes presentes en la existencia: kármicos, astrológicos, transgeneracionales, genéticos, familiares, culturales, del inconsciente, emocionales, mentales, instintivos… ¿Realmente se pueden tomar decisiones libres con tanto condicionante? Para empezar habrá que reconocer que estas limitaciones existen, después trabajar sobre ellas para que dejen de ejercer tanta influencia.

Sin profundizar ni complicar mucho este artículo aludiré a uno de esos factores: la programación emocional y mental a la hora de tomar decisiones.

Hasta los diez años se configura aproximadamente el 95% de la emocionalidad del niño o niña. Ello implica que hasta esa edad se graban la mayoría de los programas emocionales y mentales con los que la persona va a gestionar el resto de su vida, sus relaciones, su percepción de la realidad y… sus decisiones. Pongamos un ejemplo. Una niña tiene un padre que cada vez que ella hace algo que no le parece bien se muestra muy dolido. Esta situación se repite durante años, de modo que la niña desarrolla un programa que dice: si hago algo que no le gusta a papá entonces él sufre. Pasados los años este programa se normaliza, se interioriza, se hace inconsciente y automático y se proyecta sobre todas las figuras masculinas hacia las que la mujer siente aprecio o amor. El mecanismo de toma de decisiones le puede obligar a elegir opciones que no provoquen dolor a las figuras masculinas aunque ella salga perdiendo y, aún así, creer que toma las decisiones “porque quiere”, sin darse cuenta de que hay una programación emocional que la condiciona y que fue instalada en la infancia a través de la relación con su padre.

Otro ejemplo. Una mujer es educada, desde su infancia, en la idea de que cuanto más se sufre por alguien más amor se siente. Esta relación entre sufrimiento y amor es bastante común en la educación de las mujeres tanto desde el patriarcado como desde la religión. Entonces esta mujer, inconscientemente, toma la decisión de sufrir por situaciones vitales de sus personas queridas (especialmente los hijos), porque de esa manera siente que les ama más. Sufre porque eso es lo que ha de hacer. La decisión no la toma ella e, incluso, en un momento dado, puede hacerse consciente de que no puede evitar ese sufrimiento aunque no quiera vivirlo. ¿Quién ha tomado entonces la decisión para que sufra?, ¿ella, su ego, su programación…?

La toma de decisiones debería ser un proceso consciente y no inconsciente, una acción de la consciencia y no una reacción del ego, basada en la activación de programas emocionales y mentales sanos, no en programas emocionales y mentales insanos, utilizando la energía del amor, no la del miedo. Imaginad lo que implica que una decisión sea tomada como reacción, inconsciente, por la parte insana y desde el miedo…, no suena demasiado bien ¿verdad? Pues así funciona el mecanismo de decisiones de muchas personas, incluso de quienes creen que son libres. Naturalmente esto está muy lejos de la libertad y a años luz del libre albedrío.
A tomar decisiones se aprende desde la infancia, momento en que se configura la emocionalidad. En este sentido los padres y madres tienen varias cosas que enseñar a sus hijos e hijas, entre otras: no dejarse llevar por la reactividad, que el miedo no influya en las decisiones, valorar las situaciones con perspectiva, no temer equivocarse, desarrollar la tolerancia a la frustración, aprender de las equivocaciones, asumir las consecuencias, perseverar hasta dar con la solución, comprender que siempre hay más soluciones que problemas… y muchas otras. Cuando desde la infancia se va acompañando al niño y la niña en la toma de decisiones, cuando se le ayuda en este aprendizaje, poco a poco se van grabando los recursos emocionales y mentales que favorecen el desarrollo de un mecanismo de toma de decisiones sano, valiente y operativo. Y esto se verá reflejado en la vida adulta.

Todo esto forma parte de un proceso más amplio que es la educación emocional en la infancia y que puede ser desarrollado cuando se tiene la consciencia y las herramientas adecuadas. En este sentido recomiendo mi libro Educación Emocional Infantil, editado por Sincronía. En este libro del año 2017 se expone amplia y profundamente para qué y cómo se puede hacer realidad una educación emocional sana y equilibrada en el niño o niña, y ello repercutirá en una vida más consciente, sana y satisfactoria en la edad adulta.

Volviendo al desarrollo de mecanismo de toma de decisiones, quiero aportaros algunas de las estrategias presentes en los diversos cursos que he impartido en estos años.

Para empezar hablaros de los cuatro momentos para tomar decisiones.

En ocasiones he escuchado en consulta la siguiente frase: “Yo es que hasta que no estoy entre la espada y la pared no tomo las decisiones” y “yo es que funciono mejor bajo presión”. Estos comentarios y otros en la misma línea, o con los mismos resultados, permiten entender que la persona aborda ciertas situaciones de su vida y toma las decisiones cuando no le queda más remedio, cuando se ve obligada. Esta manera de proceder puede resultar bastante insana, sobre todo si se convierte en un hábito. Hay cuatro momentos en los que se puede abordar la toma de una decisión o cambio. En cada uno de esos momentos se puede realizar el cambio o tomar la decisión pendiente, pero las posibilidades y consecuencias son diferentes.

El momento oportunidad se da cuando una situación de la propia vida ha de ser evolucionada o cambiada. Y es la propia Vida la que da indicación de ello a través de señales, coincidencias, sincronicidades, encuentros fortuitos, sensaciones, intuiciones, etc. A veces esa decisión (y el cambio que conlleva) es pequeño, otras veces es grande, a veces es un aprendizaje, una comprensión, una ampliación de la consciencia, otras veces es algo más palpable o material. Lo que sucede es que la mayoría de las personas no saben interpretar las señales y avisos que la vida les ofrece por lo que estas oportunidades pueden pasar inadvertidas. En otras ocasiones la persona sí entiende el mensaje pero por unas razones u otras no hace caso y deja pasar la oportunidad para tomar la decisión.

Por ejemplo, una persona que lleva varios años en su trabajo sin ningún problema y un día se despierta con la sensación de que no tiene ganas de ir a trabajar, cosa que le parece extraña porque nunca le había pasado antes. En este caso puede mirar hacia adentro, buscar el origen de esa sensación y tomar decisiones al respecto, o guardar esa sensación en su inconsciente, no hacerle caso y olvidarla.

La necesidad se da cuando hay algún aspecto de la vida de la persona que necesita ser transformado. Puede referirse a cualquier ámbito de la vida: físico, emocional, mental, trascendente, relacional, familiar, laboral, etc. En este segundo momento la oportunidad ya pasó y se convierte en una necesidad, aunque puede que no se sea consciente de ello.

Siguiendo con el ejemplo, pueden pasar meses desde que la persona aparcó en su inconsciente esa sensación de no tener ganas de ir a trabajar. Ésta ha seguido presente, pero en el plano inconsciente, lo que no implica ni que haya desaparecido ni que haya disminuido, incluso puede haber aumentado sin que se haya dado cuenta. Llega un momento en que la información presente en el inconsciente tiene suficiente fuerza como para influir en la vida externa de la persona, creando situaciones que ponen de manifiesto esa necesidad de cambio, de nuevo a través de sensaciones, emociones, pensamientos, casualidades, sincronicidades, incidentes, etc.

Ambos periodos, la oportunidad y la necesidad, son momentos sanos para decidir, ya que la persona se puede tomar su tiempo para estudiar la situación, valorarla, buscar consejo o ayuda, diseñar estrategias de cambio, preparar al sistema al que va a afectar, etc. Estos dos periodos, tanto si se atienden como si no, pueden llegar a durar años. Algunas personas perciben esta presión interna para la toma de decisiones o para los cambios en forma de casualidades, sin embargo no son tales, sino sincronicidades con una causa reconocible si se pudiesen contemplar los aspectos profundos e inconscientes. La cuestión es que ni todo el mundo es consciente de lo que le sucede mientras vive, ni todas las personas saben afrontar de manera sana y resolutiva situaciones que han de ser transformadas; esto depende, en gran medida, de la emocionalidad, la mentalidad, el temperamento, la personalidad y otros factores.

Pasado el periodo sano para la toma de decisiones llega el periodo insano. Nos encontramos entonces con el momento de urgencia, en el que la decisión ha de ser tomada con cierta premura, ya que el tiempo del que se disponía para prepararse ha transcurrido y ahora hay que hacer las cosas a otro ritmo. Ya no hay tanto margen para valorar, reflexionar, contrastar o prepararse y la situación ha de ser resuelta en un plazo más corto de tiempo. En consulta y en el aula suelo hacer el siguiente comentario: “nos enfermamos por los aprendizajes que no realizamos y por las decisiones que no tomamos y nos sanamos a medida que vamos realizando los aprendizajes y tomando las decisiones pendientes”. Este periodo lo denomino “insano” porque es donde empiezan los desajustes mentales, emocionales y físicos. Al no aprender ni resolver situaciones que van quedando pendientes se inicia un proceso de desarmonía que, usualmente, comienza por el plano mental. Consciente o inconscientemente la persona sabe que tiene que tomar decisiones pero, al ignorarlas, éstas crean tensión en dicho plano. También puede ser que la persona sepa identificar la tensión como tal y sea capaz de reconocer su origen. Cuando la tensión mental no es resuelta, puede convertirse en tensión o desequilibrio emocional, aunque para que esto suceda pueden llegar a pasar años. En mi experiencia, las personas más sensibles y con un mayor grado de consciencia transitan estos momentos en periodos de tiempo más cortos, meses o semanas en lugar de años.

Cuando la tensión mental y emocional no son suficientes para que la persona se dé cuenta de la urgencia de esas sensaciones, entonces el Ser Interior (o la propia Vida, como se quiera entender), hace saltar las alarmas a través de los síntomas físicos o somatizaciones que, según naturaleza, grado y forma de afectar, pueden dar información sobre el aspecto emocional o mental que no está siendo atendido. En este sentido las Terapias Naturales consideran que existe una conexión entre síntomas físicos y aspectos emocionales no resueltos que, precisamente, tienen que ver con aprendizajes no adquiridos, decisiones no materializadas y cambios no realizados. Un porcentaje muy elevado de casos que trato en consulta tienen que ver con este “momento de urgencia”. Por ello, una parte del trabajo consiste en relacionar el síntoma o enfermedad con los programas emocionales y mentales insanos que lo ocasionan e iniciar un proceso terapéutico y/o de evolución de la consciencia para poder restaurar el equilibrio, aunque ello no siempre resulte fácil para la persona, pues ha de optar por el dolor del cambio o ruptura y dejar atrás el sufrimiento de mantenerse en una situación que resulta desarmonizadora.

En el ejemplo propuesto, es posible que la persona siga acudiendo a su trabajo cada día sin atender a las señales, sin embargo, éstas se pueden hacer más claras en el plano emocional y mental, en forma de pensamientos y sentimientos que le están indicando su rechazo al trabajo que realiza. Quizás la persona se diga a sí misma que no puede hacer nada, o que no es el momento. También puede ser que no se dé cuenta de la relación entre esos movimientos emocionales y mentales internos y la relación no deseada con su trabajo, pero ello no quiere decir que no le afecte. Su voz interior, a través de los desequilibrios emocionales y mentales, le está diciendo que tiene que hacer algo.

Por último nos encontramos con el momento de ruptura. Este es el momento en el que la Vida toma las riendas y resuelve a su manera. Partiendo de la premisa de que la vida es aprendizaje y evolución, no sólo desde un punto de vista físico, emocional y mental, sino también desde una perspectiva simbólica y trascendente, la resolución de las situaciones en esta fase suele implicar lecciones de vida, aprendizajes que se pueden llegar a mostrar contundentes e incluso dolorosos. No es que siempre haya de ser así pero, a menudo, se produce una resolución con ruptura en el sentido de que algo acaba rompiéndose: la salud, la armonía, una relación, un trabajo, una amistad, etc. Si no se realiza el aprendizaje en esta fase, ya insana, se repetirá la vivencia en un momento futuro, quizás disfrazada bajo otras circunstancias, pero siendo, en el fondo, la misma lección o decisión pendiente.
Si la persona del ejemplo no toma las medidas necesarias para hacer cambios, evolucionar o, incluso, dejar ese trabajo, puede llegar a enfermar físicamente, o a sufrir algún accidente que le aparte de la situación temporal o definitivamente. Esta sería la ruptura, como último recurso del Ser Interior, para hacer comprender a la persona que hay que cambiar aquello que ya no es nutritivo ni grato.

En las clases (y para mí) utilizo un recurso que me ayuda a tomar las decisiones de una manera razonablemente sana. Utilizo unas frases que me ayudan a distinguir qué opción es la más adecuada, aunque también es cierto que no siempre se puede tomar esa opción, pero con que se haga la mayoría de las veces ya permite llevar una vida más serena y con menos problemas. Estas frases son:
•ENTRE DOS MALES… EL MAL MENOR.
•ENTRE DOLOR Y SUFRIMIENTO… DOLOR.
•ENTRE EGO Y CONSCIENCIA… CONSCIENCIA.

Las tres frases permiten disponer de tiempo y perspectiva antes de tomar una decisión, y ayudan para que no sea el ego o el inconsciente el que decida de manera automática ni reactiva.

Acostumbrarse a tomar las decisiones y resolver las situaciones en el momento de oportunidad o de necesidad ahorra tiempo, energía, sufrimiento, problemas y resoluciones traumáticas. Incluso muchas cuestiones que se podían haber resuelto de manera beneficiosa en los momentos sanos, terminan siendo perjudiciales para la persona o para los sistemas en los momentos insanos. Ese esperar a que los problemas se resuelvan solos, esconder la cabeza como el avestruz o ignorar los conflictos o las dificultades hasta que son inevitables, a medio y largo plazo siempre resulta una mala inversión. Si al final hay que hacerlo… ¿para qué esperar?, más tarde resultará más costoso, complicado y perjudicial. Las decisiones han de ser tomadas a pesar del miedo y el dolor, porque si no es así, al final, se pueden llegar convertir en bloqueo, sufrimiento y resignación.

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