El sufrimiento es un sentimiento, pero también se puede vivir como un estado de ánimo y como un nivel de consciencia. En realidad, es un nivel de consciencia más energético que los de vergüenza, culpabilidad y apatía, es decir, que dispone de un mayor nivel de energía vital, sin embargo, ésta no es utilizada para beneficio de la persona, sino que la estructura egoica la utiliza para seguir alimentándose. Hay varias maneras de enfocar la cuestión del sufrimiento al considerarlo como un nivel de consciencia, las dos que considero más influyentes son la carga religiosa en el inconsciente colectivo y la de la negación de la realidad. Analizaré resumidamente estas dos perspectivas.

La cuestión del inconsciente colectivo y el sufrimiento tiene que ver con el campo de información creado por algunas religiones en las que este sentimiento es el medio para alcanzar la salvación. En la sociedad occidental, influida por el judeocristianismo, hay dos paradigmas representativos de este sentimiento convertido en filosofía de vida: el Cristo sufriente y María sufridora. El modelo “cristiano” (de Cristo) y el modelo “mariano” (de María) han sido impuestos por la influencia religiosa como el camino a seguir para ser buenas personas y, llegado el momento, alcanzar la salvación. Dos mil años de influencia en la sociedad, la educación, la estructura familiar, el inconsciente, las prácticas religiosas, etc., han dejado un poso en el inconsciente colectivo, familiar y personal, lo que se refleja en la manera de concebir la existencia y de filtrar la realidad.

“Dos mil años de influencia judeo-cristiana han dejado un poso en el inconsciente colectivo.”

El modelo cristiano implica que el hombre ha de imitar y seguir las virtudes de Cristo o las virtudes cristianas, entre las que se encuentran las virtudes teologales (fe, esperanza y caridad), las virtudes cardinales (prudencia, justicia, fortaleza y templanza), las virtudes “capitales”, opuestas a los pecados capitales (humildad, generosidad, castidad, paciencia, templanza, caridad y diligencia) y diferentes ejemplos de las virtudes de Cristo (humildad, mansedumbre, Amor, santidad, sabiduría, obediencia, verdad, imparcialidad, paciencia, misericordia, compasión, perdón, renunciación, generosidad, discernimiento, etc.). Todas estas cualidades, y las emociones que las acompañan, son ideales en cuanto a bondadosas y “llenas de amor”, pero sólo si se practican en su justa medida son sanas para el ser humano, otra cosa es la cuestión del Ser Interior. De fondo subyace el concepto de sacrificio a un orden mayor, que a priori sería Dios pero que, en la práctica, implica el sometimiento a las creencias religiosas y a quienes se arrogan el derecho de interpretarlas y difundirlas para que sean otros los que las sigan y las respeten o se sometan a ellas. En este caso el sacrificio y el sufrimiento en la Tierra para un bien mayor en el Cielo es el producto que muchas religiones venden. Así, si Cristo era ejemplo de todas esas virtudes y su acto más reconocido por la religión fue su sufrimiento y sacrificio por toda la humanidad, aspirar a alcanzar su ejemplo implica esas mismas acciones: sufrimiento y sacrificio como filosofía de vida.

En cuanto al modelo mariano, la religión ha mostrado a María, madre de Jesús, como el ejemplo a seguir para la mujer. María era la mujer inmaculada, es decir, sin mácula, sin mancha, virgen, perfecta, y cualquier mujer que se precie ha de seguir ese modelo para ser respetada y aceptada. El compendio de virtudes que se le atribuyen recoge, entre otras, las siguientes: humildad, sencillez, Fe, esperanza, caridad, obediencia, mansedumbre, respeto, pobreza, generosidad, pureza, castidad, disponibilidad, entrega, abandono, docilidad, aceptación, sacrificio, mortificación, confianza, fidelidad, firmeza, perseverancia, paciencia, piedad, modestia, fortaleza, dulzura, sabiduría, oración y Amor. Con cierta ironía señalo que las virtudes que la propia religión establece para María son bastantes más que las del propio Cristo y algunas, incluso, diferentes. Estas virtudes, mostradas, repetidas, inculcadas y demandadas durante dos mil años a las mujeres, en la sociedad, en la escuela y en la familia, han creado un campo de información en el inconsciente colectivo femenino que, de manera clara, conduce al sacrificio y al sufrimiento, no sólo como sentimiento sino como nivel de consciencia.

“Estas virtudes, han creado un inconsciente colectivo femenino que conduce al sacrificio y al sufrimiento.”

Quizás haya quien piense que esto no le afecta porque no ha sido educado en religión alguna. Esto no tiene nada que ver con que una persona se eduque o no en ciertos principios, pues éstos permanecen como una impronta en el inconsciente colectivo e influyen en muchos aspectos de la vida de las personas sin que sean conscientes de ello.

La otra manera de enfocar el sufrimiento como nivel de consciencia tiene que ver con la tendencia, al menos en occidente, de tratar de ignorar, evitar u ocultar el dolor y aquellos aspectos que lo ocasionan. En contraste, en la filosofía budista, el propio Buda expresó: “El dolor es inevitable, el sufrimiento es opcional”.

El sufrimiento es la consecuencia de no aceptar el dolor. Desgraciadamente, se educa para eludir el dolor, cerrar los ojos ante él y convertirlo en ese pequeño dolor cotidiano, a menudo inconsciente, que es, en realidad, el sufrimiento. El dolor implica aceptar la realidad y aquello que trae consigo, sin embargo, esto no siempre es fácil. La tendencia en muchas personas es esconder la cabeza ante los problemas, apartar la mirada o cerrar los ojos esperando que se solucionen solos, esto es socialmente favorecido por una sociedad medicalizada y consumista en la que estas cosas se solucionan a golpe de pastilla o de compras innecesarias. Pero ésta no es la solución, ya que se trata de una opción paliativa, pero no sanadora. Las pastillas, las drogas y otras adicciones y distracciones tienen como finalidad alienar a la consciencia, de modo que su atención quede dispersa y no perciba la situación a afrontar, aceptar y resolver, de este modo se elude el dolor pero se crea el sufrimiento y, por otro lado, no se accede al aprendizaje ni al desarrollo de la consciencia.

El campo de información creado por estos modelos de sufrimiento, y otros aquí no explicados, establece un nivel de consciencia por el que es necesario pasar en el proceso evolutivo de la persona. Hay quien transitará este nivel y saldrá de él, y quien nacerá y morirá en este nivel de consciencia, normalizando el sufrimiento y considerando que no hay otra realidad en la que vivir. El hecho de conocer esta información y tomar perspectiva respecto a los propios procesos vitales puede favorecer el tránsito y la trascendencia de este nivel de consciencia.

En realidad, no es la persona la que cree en el sufrimiento, sino su ego, que construye esa realidad sufriente a base de información interna (inconsciente) y externa (la propia vida) y la utiliza para alimentarse. La consecuencia es la percepción de la realidad, la vida y la existencia como un “valle de lágrimas”. Según señala Hawkins, el sufrimiento puede darse por la proyección de un valor sobre los objetos u objetivos externos, valor del que se hace depender la felicidad y satisfacción y que implica apego o expectativa. El momento en el que surge ese apego o expectativa aparecen el miedo a la pérdida y la frustración y de aquí nace el sufrimiento, bien cuando se pierde objeto u objetivo, o bien cuando éstos pierden el valor que se les atribuía. Quien no acepta en lo más profundo de su ser la pérdida favorece el apego, y éste conlleva el desarrollo de múltiples programas emocionales vinculados a la protección (Maslow supervivencia, protección y pertenencia, Graves niveles 1 y 2). Seguimos, pues, en un estado de consciencia egoico-prepersonal.

“No es la persona la que cree en el sufrimiento, sino su ego.”

Se sufre porque no se acepta el dolor, y duele porque hay apego y expectativa. Dichos apegos y expectativas se pueden traducir en programas emocionales y mentales de vulnerabilidad y de poder. Esta aparente dicotomía no lo es tanto cuando se comprende que un programa emocional de vulnerabilidad puede ser causante de un ejercicio de poder por compensación y que el poder que somete puede llegar a ser sometido y esclavizado por su propia necesidad, lo que lleva a la vulnerabilidad. Así surgen el sometimiento, el miedo al abandono, la preocupación constante, la alerta continua, la empatía sufridora, el pesimismo, el sentimiento de fracaso, la baja tolerancia a la frustración, la depresión anímica, la idealización, la tristeza, la culpabilidad o el resentimiento y también el control, la exigencia, la crítica, el chantaje, la posesividad, el orgullo, el dominio y la manipulación.

Desde el nivel de consciencia sufrimiento, el no apego es contemplado como desapego porque el amor ha de conllevar miedo. Es en estadios más avanzados de consciencia (personal y transpersonal) que el amor se convierte en Amor y que el no apego se aleja del sufrimiento. Debido al horizonte de consciencia del nivel sufrimiento, esto puede ser entendido en un plano mental, pero no comprendido y aceptado como algo natural. Podría decirse que el sufrimiento es capaz de amar pero es el dolor, a través de su aceptación, el que puede vivir en el Amor.

Aferrarse al sufrimiento implica mantenerse apegado al pasado y, en este sentido, perder la oportunidad de evolucionar. Paradójicamente, la pérdida total que lleva al sufrimiento extremo puede impulsar a la persona a dar un paso en su proceso evolutivo, pues, cuando no se tiene ya nada que perder, el apego y el miedo desaparecen y la consciencia puede elevar su voz sobre el ego. Éste calla desconcertado ya que estaba convencido de que al perderlo todo él moriría y con él, la persona, y al no suceder se queda, momentáneamente, sin palabras. Ese silencio y el vacío que lo acompaña permiten a la consciencia hacer notar su presencia, pues habita allí donde el ego no se hace presente.

Texto extraído del libro El viaje del ego hacia la consciencia, José A. Sande Mtnez., Editorial Arcopress, 2019.

José Antonio Sande Martínez

Terapeuta emocional y floral

Noray Terapia Floral

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