Puede que el título del artículo os resulte conocido. Efectivamente, hace tiempo escribí uno de los artículos que más han gustado en el entorno de Noray Terapia Floral, titulado Gastar la vida. En él hacía referencia a la necesidad de vivir la vida como medio para evolucionar y seguir adelante. Ahora quiero hablaros, una vez más, del ego y la consciencia, añadiendo más información y matices a esta dualidad que tanto influye en nuestras vidas.

El ego es una parte de la naturaleza humana configurada por programas instintivos, emocionales y mentales, que constituye en gran medida la personalidad y la identidad de la persona. De este modo se crea la identidad egóica o yoidad, es decir, lo que la persona siente como “yo”. Este yo es engañoso, ya que se identifica con el Ser. ¿Por qué ocurre esto?, porque el ego está presente desde el momento del nacimiento. Inicialmente se ocupa de la gestión de la vida, haciendo uso de la mente en una función de ego-mente. De este modo, la persona sólo conoce al ego como voz interior y se rige por él en la creencia de que el ego y la propia persona son una y única identidad. Para complicar más las cosas, el ego es en gran medida automático, inconsciente y se le considera como único gestor de la vida interior y exterior.

Pero resulta que ésta no es la totalidad de la naturaleza humana, es “algo” más complicada que esto. En el interior de cada persona existen dos gestores más que están esperando su momento para poder entrar en funcionamiento: la consciencia y el Espíritu. ¿Por qué no están funcionando desde el principio? Bueno… la respuesta que puedo dar es sólo una creencia personal, pero allá va: porque el proceso de evolución personal pasa por vivir experiencias vitales desde lo más denso y básico a lo más sutil y elevado, y ello implica vivir en ego hasta que se ha evolucionado lo suficiente para seguir avanzando. Por ello creo que “gastar el ego” es una condición del proceso evolutivo.

¡Vale!, hay que gastar el ego, ¡de acuerdo!, ¿por dónde se empieza?

Puede que sea más sencillo de hacer que de explicar, trataré de contarlo de la manera más clara posible.

Las experiencias egóicas implican pasar por los diferentes niveles de consciencia. Utilizando la Pirámide de Maslow, a la que tantas veces aludo, las etapas serían: supervivencia, protección, pertenencia, reconocimiento y autorrealización. En cada una de estas etapas evolutivas o estadios se dan necesidades, conductas y emociones predominantes diferentes, en las que la persona vive a modo de identificación, es decir, pensando y sintiendo que “la vida es así”, muchas veces sin comprender que es su vida la que es así, pero no necesariamente la de los demás. En el estadio egóico hay diferentes tipos de necesidades, conductas y emociones que el ego necesita experimentar y que se muestran en la tabla que adjunto. Todas estas necesidades, conductas y emociones han de ser vividas y “gastadas” para que el ego pueda ampliar su cualidad y capacidad de relación con el yo, con lo otro y con los otros. Cuanto más se viven las experiencias que la persona considera como “su mundo” o “la vida”, más aprendizajes conscientes e inconscientes realiza y más se va ampliando su consciencia. Hay aspectos del ego que se pueden vivir y gastar en una sola vida y otros que pueden requerir varias, quizás por su complejidad, porque no ha dado tiempo a vivirlos o porque el propio ego se aferra y no quiere soltarse para seguir avanzando (no hay que olvidar que uno de los alimentos más importantes del ego es el miedo).

Por esta razón es necesario que cada persona viva aquello que le toca vivir, sin tratar de saltarse escalones o que le obliguen a hacerlo. En cada momento de la existencia el ego necesita vivir lo que le corresponde, para gastar la experiencia y recoger los aprendizajes que le servirán para ir avanzando en su proceso evolutivo.

Limitar o prohibirse gastar la vida implica que el ego tampoco se gaste, lo que, a su vez, frena el proceso evolutivo del Ser Interior. Podría servir el ejemplo de una persona a la que le gustan mucho el chocolate y entra a trabajar en una bombonería. Entonces el dueño o dueña, consciente de que esa persona se va a sentir tentada le dice: “puedes comer todos los bombones que quieras”. Probablemente, los primeros días, la persona crea vivir en el paraíso y pruebe todos los tipos de chocolates que están a su alcance. Pero llegará un día en que la experiencia ya sea conocida de sobra y empiece a moderarse hasta que encuentre su “justa medida” de comer bombones, y en lugar de atiborrarse de ellos se coma uno de vez en cuando. De esta manera su ego ha gastado la experiencia del placer del chocolate en la boca y puede haber encontrado un punto equilibrado. Con este ejemplo quiero explicar que el ego necesita vivir las experiencias de la vida hasta gastarlas y trascenderlas, encontrando luego sus justas medidas.

El problema es que desde nuestra visión limitada de la vida no todas las experiencias son buenas, ya que las hay peligrosas, inmorales, inadecuadas, etc. ¿Y si el ego necesita vivir todas esas experiencias para gastarlas, extraer los aprendizajes, dejarlas atrás y seguir avanzando? Entonces no debería evitarse vivir aquello que la vida nos pone delante y, mucho menos, prohibir o salvar a otras personas de vivir sus propias experiencias y procesos vitales. Esta es una cuestión difícil de aceptar desde una escala humana, ya que resulta doloroso ver cómo personas amadas se causan daño a sí mismas o a los demás por su forma de vivir. Quizás contemplar estas cuestiones a través de una mirada trascendente pueda aportar sentido, alivio y esperanza a nuestras vidas, destinadas en gran medida a vivir, como decía Jung “el drama de la existencia humana”. Probablemente gastar el ego sea la manera más rápida y eficaz de seguir adelante en este camino de evolución para el Ser Interior que es la vida en nuestro planeta. Por esto y por otras cuestiones… todos somos almas en proceso.

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