Tras tantos años pasando consultas e impartiendo cursos (ya van para catorce años), hay un patrón emocional y mental que llega a Noray de vez en cuando: personas que poseen muchos conocimientos sobre desarrollo personal, pero que se sienten frustradas porque no consiguen evolucionar o porque aquello que saben no les funciona.

Algunas de estas personas llegan con humildad, mientras que otras casi entran por la puerta enseñando su currículo de libros y cursos acumulados a lo largo de los años pero que, en el fondo, no les sirven para nada porque no logran una aplicación eficaz de todo ello. ¿Por qué sucede esto?, ¿qué pasa para que tanta información, cursos, talleres, lecturas y fórmulas no den resultado?, ¿por qué a otras personas sí les funciona y a ellas no? El título del artículo ofrece una clave para responder: pensar es diferente de hacer y hacer es diferente de Ser.

“Un hábito emocional o mental no se cambia en veintiún días”

Hay quien está inconscientemente convencido de que el mero hecho de tener en su mente una serie de conocimientos y fórmulas ya es suficiente para que la vida (su vida) se gestione de manera automática. También hay quien cree (ingenuamente) que un hábito de vida se cambia en veintiún días, así que se esfuerza durante ese plazo de tiempo y luego ya no aplica energía al proceso de cambio porque “ya se tenía que haber logrado el cambio, esto no funciona”. Otras personas aplican lo aprendido o leído con mucha ilusión, pasión e idealismo, creyendo que si ponen toda su energía en el inicio, las transformaciones internas se van a lograr antes y mejor, se trata de la tan conocida actitud de “arrancada de caballo, parada de burro”. Luego están los impacientes, que no son capaces de respetar el ritmo natural de las cosas; los escépticos, que prueban por probar o por demostrar que “¡ves!, ya te dije que esto era una tontería”; los idealistas, que tienen un ideal imposible en la cabeza y se frustran porque nunca se alcanza; los pesimistas, que aun habiendo logrado avances sólo se enfocan en lo no alcanzado; los que esperan milagros sin tener que hacer ningún esfuerzo y, seguramente, habrá otros tipos de personas cuya manera de tomarse la evolución emocional y personal es errónea desde el principio.

Entonces, ¿cómo hay que acercarse a este mundo del trabajo interior? Para empezar, hay que acercarse con la mente y el corazón abiertos, con escepticismo sano pero sin negacionismo, con ilusión, pero sin flipaduras, con curiosidad, pero sin “tocar los códigos” y, sobre todo, con ganas de convertir en actitud, acción y esencia aquello que, inicialmente, se aprende de una manera mental o teórica. Cualquiera de estos aprendizajes pasa por el pensar, el hacer y sentir, el integrar y el Ser. Quedarse en el pensar, como hacen muchas personas, es como leer el título y la reseña trasera de un libro y luego presumir de que se ha leído el libro completo y de que uno ya sabe de qué va todo esto. Más tarde llegan las lamentaciones, las decepciones e, incluso, la indignación, porque esto que leí o que me enseñaron no funciona.

“Pensar, hacer, sentir, integrar y Ser”

Si bien un primer paso es mental, en el sentido de que se adquiere un conocimiento a través de unas lecturas, estudios o clases (incluso a través de una experiencia vital), esto sólo es el inicio de un proceso que, sabiamente vivido, va a aportar un cambio, una transformación interior, un viaje desde el ego hacia la consciencia, que permitirá y favorecerá una mejora cuantitativa y cualitativa en la manera de relacionarse con uno mismo, con los demás y con la vida. Para ello, como he dicho, se puede comenzar por un aprendizaje mental. El siguiente paso bien puede ser un aprendizaje emocional, esto es lo que diferencia el “entender” del “comprender”, cuestión que ya he desarrollado en otros artículos. El aspecto emocional implica más profundidad, más matices, un tipo de comprensión que no es meramente racional o lógica, que se aloja en una parte de la persona más profunda, más sentida, más intuitiva. Para llegar a esto muchas veces hay que “hacer”. Como ya he dicho hay quien cree que con pensar es suficiente, pero los aprendizajes profundos y los relacionados con la consciencia, también han de pasar por el hacer, el materializar, el vivenciar, ya que es ahí donde se ponen a prueba las propias limitaciones, los miedos, los conflictos y los complejos que pueden limitar la materialización del pensamiento en acción. Hasta que no se pasa a esta fase todo resulta fácil, porque en la mente (y a modo teórico) los obstáculos se solventan en un abrir y cerrar de ojos.

“La comprensión no es un proceso meramente racional o lógico”

Integrar consiste en hacerle un hueco a esa nueva experiencia-comprensión-toma de conciencia, es decir, permitir que esa información, pensada, experimentada y sentida forme parte de la programación emocional y mental interior. Inicialmente, en un plano consciente y voluntario y, con el tiempo, pasará al inconsciente y se automatizará, convirtiéndose en hábito físico, emocional y/o mental, de modo que creará un engrama en el cerebro y nuevas rutas neuronales, soporte neurológico del aprendizaje. Una vez comprendido algo es difícil “descomprenderlo”. Esta duda la tienen muchas personas cuando toman esencias florales o Flores de Bach: “¿si dejo de tomar las esencias lo que he comprendido se me olvidará?”, preguntan algunas personas con cierto miedo. La respuesta es siempre la misma: “aquello que has comprendido no lo puedes descomprender”. Integrar es hacer formar parte de uno mismo aquello que se ha pensado, experimentado, sentido y comprendido, de modo que se graba en lo profundo de la persona.

Ese grabar en lo profundo consiste en crear los engramas y las rutas neuronales, afianzarlas y convertirlas en aprendizajes que no se van a olvidar. Para ello, se necesita intensidad, frecuencia y duración (o una situación de alto impacto emocional), de modo que dicha información pasa a formar parte del ser de la persona, de su “yo”, de su identidad yoica. Otra cosa diferente es que el aprendizaje sea sano o insano, pues el cerebro, a priori, no diferencia si aquello que se le enseña es de una naturaleza o de otra. Eso es cosa del ego y de la consciencia de la persona. Si el aprendizaje está en coherencia con el Ser Interior, pasa a formar parte del Ser de la persona, si está en coherencia con el ego, formará parte del ser exterior.

Una última cuestión. Tanto a alumnas como a pacientes de la consulta y de las formaciones de Terapia Floral les recomiendo que no den consejos sobre aspectos emocionales si no son capaces de cumplirlos ellas mismas. Esto tiene una explicación: cuando se dan consejos, muchas veces acertados, la persona aconsejadora puede creer que es muy sabia, cuando en realidad es un receptáculo de fórmulas teóricas que probablemente le funcionen a los demás, pero que no es capaz de aplicarse a sí misma. Esto no hace otra cosa que alimentar al ego, y que la persona confunda conocimiento con Sabiduría y ego con consciencia. Una parte importante del desarrollo personal se consigue a través de la actitud de coherencia con el Ser Interior y, cuando alguien aconseja aquello que no es capaz de cumplir, no está actuando en coherencia con ese Ser Interior. Aconsejar aquello que no cumple o cumpliría uno mismo perjudica los procesos de evolución personal por falta de coherencia. No olvidemos que el conocimiento alimenta al ego, la Sabiduría alimenta a la consciencia.

Termino con dos sentencias sobre lo aquí comentado, la primera de Platón y la segunda de Aristóteles:

“El que aprende y aprende y no practica lo que sabe es como el que ara y ara y no siembra.”

“La inteligencia consiste no sólo en el conocimiento, sino también en la destreza de aplicar los conocimientos a la práctica.”

A buenos entendedores con pocas palabras bastan.

José Antonio Sande Martínez, terapeuta floral y emocional.

Noray Terapia Floral.

 

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