En muchas ocasiones los pacientes aportan grandes aprendizajes a los terapeutas, igual que los alumnos y alumnas a los maestros. Uno de esos aprendizajes me llegó el día que comprendí que hay personas que piensan que si están convencidas de algo, necesariamente ese algo ha de ser verdad, porque si no fuese así, ellas no estarían convencidas. Pareciera este razonamiento una verdad de Perogrullo, pero no lo es tanto. Explicaré por qué.

Las personas cuyo nivel de consciencia es básicamente egoico y no hay un mínimo despertar de la consciencia, mantienen sus procesos mentales dentro de un pensamiento que podría denominarse absoluto, en el sentido de que lo que se piensa es la realidad y la verdad sin posibilidad de que sea de otra manera. En lo cotidiano se podría decir que estas personas son de “o blanco o negro”, siendo incapaces de percibir otros matices. Este tipo de pensamiento implica que “si yo tengo la razón, necesariamente tú no puedes tenerla” y si “tú me quieres quitar la razón, yo no te voy a dejar, porque no la puedo perder”. También entran en esta categoría aquellas personas para las que sólo puedes estar con ellas o contra ellas, o quienes creen que “sólo hay dos tipos de personas, las que piensan como yo y las que están equivocadas”.

«Si yo tengo la razón tú no puedes tenerla»

Es en este contexto en el que se puede dar la siguiente circunstancia: aquella persona que tiene la creencia de que si está convencida de algo es que ese algo es una verdad inamovible. Para estas personas la convicción sobre algo dota a ese algo de naturaleza de verdad, sin el más mínimo resquicio de duda, “¿cómo no va a ser verdad algo de lo que estoy convencida?, ¡si no fuese verdad yo no me lo creería!”. Esta postura llega a provocar situaciones de enfrentamiento o de conflicto, porque la persona no tiene la capacidad de poner en duda sus propias convicciones, mientras que los demás tendrían que cambiarlas porque con toda seguridad están equivocadas.

Esta postura puede ser percibida desde fuera como cabezonería, empecinamiento, orgullo, enrocamiento, incluso ignorancia, pero, en verdad, esconde una cuestión más profunda: el hecho de que la persona no tiene la capacidad de dudar sobre sus propias creencias y, no digamos ya, de metaposicionarse (recomiendo la lectura del artículo ¿Qué es la metaposición?). Estamos hablando de un nivel de consciencia en el que el ego lo es todo y no hay manera ni de identificarlo ni de salir de él. Esto no quiere decir que si alguien está convencido de algo es que está en ego, lo que se pone sobre la mesa es la incapacidad de poner en duda las propias convicciones, creencias e ideas o, al menos, relativizarlas. Y esto puede resultar hasta peligroso porque muchas veces, quien cree tener “la razón”, también puede creer que los demás no la tienen. Y quien cree esto, puede querer imponer su razón cierta sobre las razones (no ciertas) de los demás. Y esto puede implicar violentar las voluntades ajenas, quizás por su propio bien. Y si los ignorantes que no ven “la verdad” no se dejan “ayudar”, quizás haya que ayudarles por la fuerza (por su propio bien). Y si los que no se dejan ayudar deciden defender su postura frente a quien quiere forzar su voluntad entonces, quizás, pueda estallar un conflicto. Y ese conflicto, si es entre personas, puede ser una disputa o una pelea, si es entre grupos más grandes, puede ser una batalla, pero si es entre naciones, será una guerra. ¿Y si la convicción de la otra persona es igual de fuerte que la de la primera persona? Entonces el desencuentro está asegurado y las consecuencias pueden ser realmente destructivas.

«La razón la tiene quien se impone a los demás»

Podemos ver así la importancia de desarrollar la capacidad de dudar de las propias convicciones y no dar por sentado que “si yo estoy convencido de algo es que, necesariamente, es la verdad”. Un razonamiento más sano podría ser algo así como “si yo estoy convencido de algo, es que creo que mi verdad es cierta, pero se trata únicamente de una creencia que se formó en mi mente en algún momento. Y una creencia no es más que un pensamiento que se fija en mi mente y se queda ahí para que entienda la realidad de una manera y no de otra. ¿Qué valor tiene esa creencia?, ¿es un valor absoluto?, ¿es una verdad que un ser infalible y omnisapiente me ha dado?, ¿y si mi verdad es relativa y no absoluta?”.  Plantearse alguna de estas preguntas puede ser suficiente para salir del enrocamiento y comprender que una convicción es sólo una creencia a la que se le da cualidad de verdad y no “la verdad” en sí misma.

Desde un punto de vista práctico, cada persona podría a acostumbrarse a introducir el siguiente pensamiento ante una discrepancia con pareceres ajenos: “Yo tengo mis razones y esta persona tiene las suyas”, siempre teniendo en cuenta que, de esta manera, no se invalida ni lo propio ni lo ajeno ni tampoco se da la razón a uno u a otro.

José Antonio Sande Martínez

Terapeuta emocional

Noray Terapia Floral

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